noviembre 28, 2014

¿Sirve Internet para mirar por dentro?

Círculo formado con palabras de colores donde se puede leer: Internet, red, web, blog, posicionamiento, SEO, Me gusta ©Selene Garrido Guil con tecnología Tagxedo - http://www.tagxedo.com/
©Selene Garrido Guil
Mirar por dentro.
Hállanse de ordinario ser muy otras las cosas de lo que parecían; y la ignorancia que no pasó de la corteza se convierte en desengaño cuando se penetra al interior. La mentira es siempre la primera en todo, arrastra necios por vulgaridad continuada. La verdad siempre llega la última, y tarde, cojeando con el tiempo; resérvanle los cuerdos la otra mitad de la potencia que sabiamente duplicó la común madre. Es el engaño muy superficial, y topan luego con él los que lo son. El acierto vive retirado a su interior para ser más estimado de sus sabios y discretos. 

Baltasar Gracián. El arte de la prudencia (ed. Emilio Blanco). Barcelona: Ariel Quintaesencia, 2012. p. 76

Con Internet se echa en falta el proceso editorial, ese examen al que se someten los libros para ser publicados o no. El sello de una editorial suele buscarse muchas veces, como garantía de calidad de textos y de respeto a los derechos de autor.

Los sitios web y blogs personales son una nueva forma de publicar, pero con un matiz diferente. En ellos prima la inmediatez y la frecuencia de aparición. No hay que pasar por filtros ni hay que pedir aprobación a un consejo editorial. Y con las últimas tecnologías acompañándonos a todas horas, existe la posibilidad de publicar lo que sea en cualquier momento.

Signo de aprobación: mano con pulgar hacia arriba. Dibujo en trazos blancos sobre fondo negro. ©Selene Garrido Guil
©Selene Garrido Guil
El posicionamiento en buscadores para darse visibilidad obliga a mantener un buen ritmo de publicaciones en una web. Esto puede ejercer tal presión en los autores, que, en ciertos momentos, rebajen la calidad de sus escritos con tal de seguir compitiendo por los recursos. Pero se pueden llegar a perder las buenas prácticas y hasta la ética: frases y párrafos se plagian, se dejan de citar las fuentes (sean bibliográficas o de Internet) y no se contrasta la veracidad de las afirmaciones ni de los datos. La popularidad y las retroalimentaciones positivas (llámese dedo pulgar hacia arriba o manos tocando palmas) pueden ser tan atractivas como adictivas y, lamentablemente, echan leña al fuego.

El espacio inmaterial compartido llamado Internet parece entonces que lo admite todo. Y su mal uso y abuso empaña sus bondades. Sin embargo, la pantalla del ordenador (o el móvil o la tableta) es un espejo de dos caras y al otro lado no se sabe quién puede estar. Y como dice Baltasar Gracián “ignorancia que no pasó de la corteza se convierte en desengaño cuando se penetra al interior”.

Afortunadamente, en algunos rincones de la red, aparecen humildes publicaciones que van a su ritmo, al margen de posicionamientos y de prestigios sociales. Por eso quiero dedicar unas líneas a dos blogs con textos sencillos, casi ingenuos, hechos por personas de a pie, que, sin grandes conocimientos, hacen intuitivamente un uso magistral de buenas prácticas: autenticidad, veracidad y transparencia.

Pantallazo del blog 'A mis 95 años' recuperado el 28/11/2014 de http://amis95.blogspot.com.es/
Captura de pantalla de 'A mis 95 años'
Recuperado el 28/11/2014
de http://amis95.blogspot.com.es/

En 2006, María Amelia, a los noventa y cinco años, empezó a escribir en un blog que le creó su nieto. Ahí habló de recuerdos, de política, de actualidad, de sus amistades, de su familia y de su pueblo. Hasta se atrevió a subir vídeos y audios con ella hablando. Cuando se dio cuenta, esta abuela gallega era famosa en todo el planeta, sin que nunca llegara a entender bien por qué. En 2007 fue reconocida como la bloguera más anciana del mundo. En 2008, desde la propia plataforma de Blogger, le felicitaron por ser uno de los personajes más influyentes de Internet en España. Y en 2009 dejó este mundo habiendo sido entrevistada por medios de comunicación de los cinco continentes.

Este es su blog: A mis 95 años






Pantallazo del blog 'Me llamo Lukas con K...' recuperado el 28/11/2014 de http://lukas-gusanito.blogspot.com.es/
Captura de pantalla de 'Me llamo Lukas con K...'
Recuperado el 28/11/2014
de http://lukas-gusanito.blogspot.com.es/

En 2010, Lukas, a los seis años, empezó a escribir en un blog que le creó su padre. Desde entonces, este joven zaragozano ha estado escribiendo sobre sus intereses y aficiones, principalmente los que comparte con su familia en plena naturaleza. De hecho, es coautor con su padre, de un libro sobre excursiones por el Pirineo aragonés. Los textos del blog están a la altura de su edad, pero no por ello dejan de suscitar ternura y autenticidad. Describe paisajes, habla de sus amigos, comenta sus hallazgos en el campo, nos enseña libros que le gustan y hace fotos a todo, incluso a sus dibujos y manualidades. Por la cantidad de publicaciones durante los últimos cuatro años, debe ser un proyecto que tiene muy motivados a padre e hijo.

Este es su blog: Me llamo Lukas con K… El blog del niño naturalista






Estos dos blogs, cada uno en un extremo de la línea de la vida, son sencillos y a la vez genuinos. Tienen su propio sello, su compás y su razón de ser. Su autoría es indiscutible. El amor, una vez más, se alía con la creatividad y surge algo auténtico y personal. María Amelia, gracias a su nieto y a los seguidores de su blog, palió, en parte, su tristeza y soledad antes de acabar sus días. Lukas está empezando a vivir y comparte proyectos con su padre; su mundo es más reducido, de momento; sólo necesita el tiempo que tiene por delante. María Amelia ha dejado en su blog la memoria del pasado. Lukas, va construyendo una memoria por venir. En cada post, ambos han ido mostrando un pedacito de ellos tal cual son, sin distorsiones y sin esperar nada del otro lado de espejo. Ese quizá es el sentido de todo, no sólo de Internet: buscar dentro de uno mismo, y no mirarse en los demás. Ya lo dijo Baltasar Gracián cuatro siglos antes que nosotros.

© Selene Garrido Guil

La Tierra desde la Luna. Blog de ©Selene Garrido Guil (Dibujo de un telescopio que mira a la Tierra desde la Luna)

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octubre 22, 2014

¿Para qué atar cordones en zapatos de cartón?

Fotografía de cordones de colores (naranja, rosa, violeta) junto a un zapato visto desde arriba, dibujado en trazos blancos; ambas imágenes sobre fondo negro. ©Selene Garrido Guil
©Selene Garrido Guil

Atar cordones en zapatos de cartón suena a algo tan insustancial que pasará desapercibido para quien busque un tema con enjundia.

Puede que no recordemos cuándo en la infancia aprendimos ésta y otras tareas que hoy hacemos sin prestar atención.


El Principito en el asteroide B-612. Variación de la ilustración original del libro 'El Principito' de Antoine de Saint-Exupéry.
El Principito en el asteroide B-612
©Antoine de Saint-Exupéry





En El Principito cuenta Antoine, su autor, que cuando encontraba una persona que le parecía un poco lúcida, probaba a enseñarle un dibujo que hizo con seis años. Era una boa que se había comido un elefante.

Si el interlocutor le respondía que era un simple sombrero, Antoine adoptaba una pose adulta y hablaba de política o deportes.

No reconocer en su dibujo la escena entre los dos animales le hacía pensar que la otra persona no merecía conocer su yo creativo y aventurero.
'Boa cerrada' digiriendo un elefante. Ilustración original del libro 'El Principito' de Antoine de Saint-Exupéry. 'Boa abierta' digiriendo un elefante. Ilustración original del libro 'El Principito' de Antoine de Saint-Exupéry.
Boa 'cerrada' y 'abierta' digiriendo un elefante
Ilustraciones originales del libro 'El Principito' de Antoine de Saint-Exupéry

Pero no todo es blanco o negro y quizá no debamos ser tan estrictos con los demás. Conforme cumplimos años, va quedando menos tiempo para pensar en esas insignificancias que para un niño son tesoros. Ellos caminan con la cadencia que les deja observar y admirar lo que les sale al paso. Se extasían contemplando una hormiga o su propia sombra, a la vez que ignoran la mano adulta que tira de la suya con prisas. Mientras preguntan el porqué de cada cosa, los mayores resoplamos y sacamos billete para un tren diario de obligaciones, con pocos apeaderos.

Boa a punto de comer una 'fiera' entera. Ilustración original del libro 'El Principito' de Antoine de Saint-Exupéry.
Boa a punto de comer una 'fiera' entera
©Antoine de Saint-Exupéry

Por eso no está de más mirar por la ventanilla por si, desde un andén, alguien nos hace señales con los brazos para bajar un rato. Quién sabe si la persona que sólo ve el dibujo de un sombrero se interesa si le contamos que la anaconda y la pitón pueden comer presas tan grandes como ciervos y cocodrilos, tragándolas enteras, sin masticar.




Un día de los de andar a todo tren, me di cuenta de que había llegado el momento en que los niños que me rodeaban debían aprender a atarse los cordones de sus zapatos. Yo no podía seguir interrumpiendo mis ocupaciones para hacer, a cada instante, nudos y lazadas.

Zapatos de color violeta con cordones atados. Dibujos en trazos blancos sobre fondo negro ©Selene Garrido Guil
Zapatos con cordones atados
©Selene Garrido Guil

Por más que me esforcé en explicarlo, la iniciativa resultó frustrante para ambas partes. Coordinar aquella secuencia de movimientos, aparentemente fácil, iba a requerir de mucha práctica y de más tiempo. Tal vez no iba a ser posible conseguirlo en un solo día.




Había que darle la vuelta a la situación. Era un momento clave para evitar caer en la desmotivación que malograra el aprendizaje. Debía bajar de mi tren y dejar a un lado las prisas y los asuntos importantes.

Necesitábamos un ambiente distendido y unas herramientas más cómodas. Bastaría con un cartón con ocho agujeros donde ensartar un cordón. Y, ya puestos, al cartón le dimos un aspecto más representativo: el de un zapato.

Inicio del proceso de creación de zapatos de cartón: siluetas blancas pintadas con rotulador negro, junto a tijeras y rotuladores de colores. Fotografía ©Selene Garrido Guil
Inicio del proceso de creación de zapatos de cartón.
Fotografía ©Selene Garrido Guil
Resultado del proceso de creación de zapatos de cartón: siluetas coloreadas, algunas ya con cordones ensartados. Fotografía ©Selene Garrido Guil
Resultado del proceso de creación de zapatos de cartón.
Fotografía ©Selene Garrido Guil

Evidentemente no inventábamos nada. En comercios especializados hay muchas herramientas que fomentan la llamada psicomotricidad fina.

Pero como la opción de comprar las cosas hechas la tenemos a mano, ¿por qué no probar a construirlas? ¿Valdría la pena el esfuerzo?

En nuestro caso era algo tan rápido y sencillo que no había excusas para no hacerlo.

De un paquete de cereales y de una caja de galletas obtuvimos un cartón fácil de cortar con tijeras.

Mientras creábamos siluetas de zapatos, pusimos una música de fondo al gusto de todos.

Y como la actividad resultaba amena y distendida, invitamos a algunas personas cercanas a bajarse del tren a echarnos una mano.


Cada cual diseñó y embelleció su plantilla con dibujos y colores personalizados. Los modelos resultaron perfectos para probar diferentes maneras de ensartar cordones y para ensayar nudos y lazadas. Habría muchos días por delante para practicar y afianzar los nuevos conocimientos.

Zapatos de cartón con sus cordones ensartados y atados. Fotografía ©Selene Garrido GuilZapatos de cartón con sus cordones ensartados y atados. Fotografía ©Selene Garrido Guil
Zapatos de cartón con sus cordones ensartados y atados
Fotografía ©Selene Garrido Guil

Mereció la pena el esfuerzo. Además de reutilizar materiales de desecho, mejoramos la motivación no sólo para aprender, también para enseñar. Se creó un ambiente relajado que propició la espontaneidad para aportar nuevas ideas. Los adultos también aprendimos de los niños. Descubrimos en los demás cualidades creativas agazapadas o adormecidas, lo cual nos ayudó a conocernos mejor y a fortalecer los lazos afectivos. En definitiva, resolviendo un reto, hicimos, a pequeña escala, lo que hacen las grandes empresas: crear un equipo de trabajo cohesionado para sacar adelante un proyecto.


Evasión de El Principito aprovechando una migración de pájaros silvestres. Variación en trazos blancos sobre fondo negro a partir de la ilustración original del libro 'El Principito' de Antoine de Saint-Exupéry.
Evasión de El Principito
©Antoine de Saint-Exupéry
Hacer zapatos de cartón redimensionó un tiempo y un espacio -quizá en algún asteroide- donde evadirse y compartir la mirada de un Principito que sabe distinguir un elefante y una boa donde, aparentemente, sólo hay un sombrero.

Es de agradecer que, de vez en cuando, alguien nos haga señales desde alguna estación de tren para que le acompañemos, por un rato, a hacer cosas que parecen insustanciales.

Ahora, cuando voy a tirar una caja o un envase, hago un hueco en mi maletín para este nuevo tipo de proyectos y busco por la ventanilla apeaderos donde compartir sus colores, sus texturas y sus melodías.

© Selene Garrido Guil




APÉNDICE

Plantillas imprimibles
Para hacer zapatos de cartón

Plantilla imprimible para hacer zapatos de cartón. Tiene dos siluetas blancas de zapato con ocho ojales. Ambas tienen ornamentos marcados rotulador negro. Una de las siluetas está coloreada la otra está lista para colorear. ©Selene Garrido Guil
Pincha aquí para descargar esta plantilla imprimible
©Selene Garrido Guil
Plantilla imprimible para hacer zapatos de cartón. Tiene dos siluetas blancas de zapato, una con dibujos en rotulador negro, lista para colorear, y la otra vacía, lista para añadir ornamentos. ©Selene Garrido Guil
Pincha aquí para descargar esta plantilla imprimible
©Selene Garrido Guil

La Tierra desde la Luna. Blog de ©Selene Garrido Guil (Dibujo de un telescopio que mira a la Tierra desde la Luna)
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agosto 27, 2014

¿Puede un diente de tiburón evocar una ópera rock?

Tiburón ostentando su mandíbula en la superficie del mar ©Selene Garrido Guil
©Selene Garrido Guil


La noticia del hallazgo de un diente fósil de tiburón en un campo de cultivo de Huelva, captó recientemente mi interés con una inexplicable emoción. Me puse a navegar por la Red para profundizar sobre el tema. En este tipo de búsquedas hay que fijar bien el rumbo para no perderse entre tanta información. Si no, es como tirar de un hilo en una caja de costura y sacar una maraña de bobinas enredadas.

En la búsqueda, leí anuncios de compra-venta ilegal de dientes de tiburones para coleccionismo y bisutería. También vi fotos de barcos cargados de sus aletas sangrantes e imágenes de estos bellos animales mutilados, agonizantes, en el fondo del mar. Cuando llegué a vídeos caseros de captura deportiva de tintoreras y musolas, di por concluida mi navegación, arrepintiéndome de haber llegado tan lejos.


Espiga de cereal dibujada en trazos blancos sobre fondo negro ©Selene Garrido Guil
Espiga de cereal
©Selene Garrido Guil
Buscando visiones más amables, cerré los ojos e imaginé el escenario de la noticia: un campo de cereales dorado por el sol y, en medio, el agricultor observando con curiosidad la pieza encontrada, sus bordes aserrados y su extraña forma triangular ocupando toda la mano. Luego vi al paleontólogo identificándola como fósil de un coloso prehistórico y seguramente agradeciendo al labrador su intuición y su buen hacer.

Mano de un tuareg, en mitad del Sáhara, sosteniendo unos fósiles encontrados, o lo que es lo mismo: la conexión entre el pasado poblado y floreciente y el hoy desierto absoluto. En la aparente nada surgen los vestigios de antaño como escapados de la rampa que los dejaba resbalar hacia el olvido. Reflexión y foto cedidas por ©Héctor Garrido Guil
Puntas de sílex en una mano tuareg
en el Sáhara ©Héctor Garrido Guil
A veces, la percepción de un estímulo, por muy leve que sea, puede rescatar de la memoria sensaciones en forma de imágenes, olores, sonidos o sabores. Y así fue como me retrotraje a mi infancia en Huelva. Recordé el olor de las espigas secas en verano, el murmullo del viento entre los pinos, la agradable brisa de la marea… Y en medio de esa ensoñación vi mi diminuta mano acariciando una suave punta de sílex.


¿De dónde salió aquella punta de sílex?

Portada del libro Papa Uvas II : Aljaraque, Huelva: Campañas de 1981 a 1983, por Martín de la Cruz, José Clemente. Editorial: Subdirección General de Arqueología y Etnografía, Madrid, 1986
Portada del libro Papa Uvas II
Martín de la Cruz, J.C (1986)
Durante los veranos de los setenta y los ochenta, nuestros campos se llenaban de excavaciones: la tierra se agujereaba geométricamente y se acotaba con cinta blanca atada a estacas. Decenas de estudiantes universitarios llegaban y revolvían la tranquila vida de un pueblo que subsistía del ganado, la huerta y la caza.

Secuencia del film Jesus Christ Superstar, de Universal Pictures (1973) - Baile de obertura
Baile de obertura (J.C. Superstar, Universal Pictures, 1973)
Al describir este contexto, de nuevo los sentidos y los recuerdos se encadenan y me resulta inevitable asociar aquellas visitas estivales con el musical Jesus Christ Superstar, estrenado en cine en 1973.

Algunos exteriores grabados en Israel y Oriente Medio podían equipararse a los del suroeste de la península ibérica, y el desfile de atuendos hippies, bikinis y melenas largas era como el baile de la obertura del film. Huelga decir que por aquellos lares a duras penas habían llegado los aromas de las flores en el pelo y las melodías del 'Summer of Love'.

Secuencia del film Jesus Christ Superstar, de Universal Pictures (1973) - Llegada de actores y de atrezo en autobús
Llegada de actores y de atrezo (J.C. Superstar, Universal Pictures, 1973)

El ciclo de lo ocurrido cada año se abría y se cerraba igual que en la gran pantalla: un coche viejo o un autobús descargaba azadas, palas, carretillas y, en definitiva, todo el atrezo. Un elenco de jóvenes con un tutor (profeta en la película, profesor en la excavación) danzaba de un lado a otro midiendo, dibujando y removiendo la tierra durante días.

Finalmente, tapaban las excavaciones, recogían todo y se marchaban, dejando de nuevo el lugar de la escena con el silencio sólo interrumpido por el canto de las chicharras.



Los arqueólogos toleraban la presencia de la chiquillería de las casas aledañas, por lo que pasábamos horas sentados sobre los montículos de tierra excavada. Bajo los almendros y las higueras, nuestras gradas de sombra estaban aseguradas a diario para ver aquel fascinante espectáculo. Observábamos cada movimiento e intentábamos entender las conversaciones y la terminología científica. Incluso, a veces, se nos permitía participar en tareas como barrer la tierra con brochas.

Infancia dibujada desde la infancia: niños sonrientes y flores en trazos blancos sobre fondo negro ©Selene Garrido Guil
Infancia dibujada desde la infancia
©Selene Garrido Guil 
Tiburones estilo naif dibujados en trazos blancos sobre fondo negro ©Selene Garrido Guil
Tiburones estilo naif
©Selene Garrido Guil
Furtivamente, una noche, los niños más mayores escondieron una vieja espada de forja toledana en una de las excavaciones. Sin duda, la función del día siguiente fue la más memorable para nosotros, no para los estudiantes, que no llegaron a perdonar del todo aquella broma tan pesada. La sorpresa, los gritos y el entusiasmo del hallazgo pasaron, en cuestión de segundos, al más terrible bochorno: al profesor le bastó con una simple ojeada para saber que aquel hierro oxidado carecía del más mínimo interés. Mucho tuvimos que rogar y prometer para que nos permitieran volver a aproximarnos a la zona de trabajo.

Mis hermanos me explicaban que la tierra que pisábamos antes había sido la orilla del mar. Sonaba extraño porque aquel suelo tosco y arcilloso nada tenía que ver con la fina arena de la playa, a varios kilómetros de distancia a través de los pinares. Me hablaban de hombres primitivos que ya comían coquinas, como nosotros, y como prueba, me mostraban la asombrosa cantidad de conchas fósiles que salían de las excavaciones. Por nuestras manos pasaron utensilios hechos con piedras y aquellas inolvidables puntas de sílex.

Portada del libro Papa Uvas I. Aljaraque, Huelva: Campañas de 1976 A 1979, por Martín de la Cruz, José Clemente. Editorial: Ministerio De Cultura, Madrid, 1985
Portada del libro Papa Uvas I
Martín de la Cruz, J.C (1985)

Tuvimos mucha suerte de vivir aquella experiencia por lo que aportó a la impronta de cada uno de nosotros. Evidentemente, con tan corta edad, muchos conceptos nos parecían abstractos e incomprensibles. Ya era difícil entender que nuestra abuela hubiera sido una niña, cuanto más lo que significaban 4.500 años de existencia. Que todos los cacharros de cerámica aparecieran rotos en las excavaciones era, a nuestro parecer, un reto impuesto a los estudiantes para que resolvieran el rompecabezas. También nos preocupaba que el mar pudiera ir y venir mediando tanta distancia. Todo sonaba lejano, misterioso, intrigante, como el nombre que tenían aquellos ancestrales asentamientos: Papa Uvas.

Los humanos que allí habitaron, más o menos en la linde temporal Neolítico-Calcolítico, vivieron de lo mismo que hacía nuestro pueblo en el siglo XX: agricultura, ganadería, caza y marisqueo. Ya tenían animales domésticos: cerdos, ovejas y cabras, y vallaban sus casas, como nosotros. Milenios de vida por medio y poco o nada habíamos cambiado.

Pez martillo dibujado en trazos blancos sobre fondo negro ©Selene Garrido Guil
Peces martillo estilo naif dibujados en trazos blancos sobre fondo negro ©Selene Garrido Guil
Peces martillo
©Selene Garrido Guil
Si un diente de tiburón hizo saltar el resorte de unos recuerdos asociados con mi infancia y mis orígenes, no sería exagerado pensar que la memoria asociativa, esa que encadena pensamientos, pudiera jugar un papel importante en el éxito evolutivo del hombre.

Puede que los pobladores de Papa Uvas llegaran a ver algún arcaico escualo, bien a lo lejos o bien varado en la playa. Eran tiempos en los que las especies se extinguían o salían adelante por razones que aún estaban lejos del alcance humano. Tendrían que pasar muchos miles de años para que el hombre, en esencia el mismo que afilaba el sílex, fuera capaz de alterar el clima y llevar a animales, como el tiburón, al borde de la extinción. Pero esa ya es otra historia, triste historia que ahora no quiero hilar con tan hermosos recuerdos.

© Selene Garrido Guil

La Tierra desde la Luna. Blog de ©Selene Garrido Guil (Dibujo de un telescopio que mira a la Tierra desde la Luna)
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marzo 09, 2014

¿Es más difícil una entrevista de trabajo o visitar Nunca Jamás?

Peter Pan, de James M. Barrie
Acostumbrados, sin remedio, a caminar por espacios de entrevistas de trabajo, cursos, cursillos, sermones, charlas, disertaciones o reuniones laborales, un día recibes el encargo más difícil: Contar un cuento a un grupo de niños.

Entre el frenético sonido de dedos tecleando y conversaciones telefónicas que manejan fechas límite y gestionan proyectos, la mente empieza a soltar amarras y nota que le van llegando ecos de Nunca Jamás: Bombardeos de piratas, tribus de indios, risas de sirenas, diminutas luces tintineantes… 

Y de repente, alguien, “al otro lado”, reclama tu atención. Te reprocha estar en una nube y caes en picado. Retomas la rutina, el estrés y la pose madura, mientras te preguntas si aún te quedará algún retazo de esa “nube” para poder conectar con el nuevo público asignado.


La palabra infancia emana frescura, sinceridad. Los niños son mentes abiertas, sin filtros. Si no logras captar su atención, te abandonan en medio de tu discurso, bostezan o preguntan, sin contemplaciones, si falta mucho para acabar.

En contraste, en el mundo de los adultos, cada cual aguanta la vela según sus cánones de convivencia, procurando la condescendencia o simulando el interés.

Marionetas de patito de goma y de delfín ©Selene Garrido Guil


Marionetas de patito de goma y de oso polar ©Selene Garrido Guil


Marionetas de patito de goma y de pelícano ©Selene Garrido Guil


Marionetas de patito de goma y de pulpo ©Selene Garrido Guil


Marionetas de patito de goma y de ballena ©Selene Garrido Guil
Un conferenciante no suele invadir la intimidad de los asistentes; los mantiene enfrente sin necesidad de invitarles a completar su plática. Lo lleva todo preparado. Ruegos y preguntas al final.

Sin embargo, en la escuela, decenas de deditos se alzan constantemente pidiendo la palabra, queriendo contar las experiencias propias y respondiendo absolutamente a todo, sin miedo a errar.

Los mayores nos hemos vuelto reservados. Se nos fue buena parte de la espontaneidad. No nos gustan las preguntas directas, nos sentimos más cómodos de oyentes en la penumbra del patio de butacas y preferimos contestar cuando tenemos una alta probabilidad de acierto.

Si al subir al estrado un disertador tropieza, los asistentes intentarán socorrerlo y aliviarlo del posible ridículo. Los niños lo solucionan con risas. ¿No se nos han perdido cosas por el camino?

Volviendo al encargo de contar un cuento, ya que el trabajo es lo que suele ocupar más horas del quehacer diario, precisaría entonces de hacerle a los niños un hueco en la agenda y -¿por qué no?- considerar la tarea parte de mis ocupaciones de adulto.

Por eso, para hacerlo lo mejor posible, me preparé a conciencia: dediqué tiempo a elegir el tema más adecuado, el tono y el ritmo de la narración, la selección de palabras que lo hicieran más entendible e incluso ensayé y calculé la duración. No quería cansar a mi auditorio.

Encontré registros de sonidos que podrían darle más ambientación a ciertos pasajes del relato y los añadí al repertorio.

Cuando casi lo tenía todo dispuesto, me permití el lujo de construir unas sencillas marionetas para ilustrarlo con toda la precisión posible.

Rompí con la rutina, rememoré mi infancia y, sinceramente, me divertí.

Marionetas de patito de goma y de foca ©Selene Garrido Guil


Marionetas de patito de goma y de flamenco ©Selene Garrido Guil


Marionetas de patito de goma y de tortuga marina ©Selene Garrido Guil


Marionetas de patito de goma y de gaviota ©Selene Garrido Guil

Marionetas de patito de goma y de una mamá pato con sus patitos ©Selene Garrido Guil

Y llegó el día. Nunca vi un público tan entregado, tan concentrado en mis palabras, tan analítico y tan participativo. No me quedo tanto con el 'si salió bien o mal', pero sí con algo maravilloso que me dejó sin palabras: Cuando empezó a despejarse la sala, una mano diminuta tocó mi espalda y me dijo: '¿Me cuentas otro cuento?'.

© Selene Garrido Guil


Libros utilizados para el cuentacuentos referenciado (3-5 años aproximadamente):

Diez patitos de goma, de Eric Carle
Eric Carle
Diez patitos de goma
Editorial Kókinos

Sonidos del océano, de Maurice Pledger
Maurice Pledger
Sonidos del océano
Ediciones SM

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